Para saborear el vino, hay que buscar el momento, la copa y la temperatura adecuadas. Y quizás esta última es la variable más importante. Todos hemos oído que los blancos hay que servirlos muy fríos y los tintos a temperatura ambiente. Lamentablemente, seguir a rajatabla este dicho acuñado en Francia hace siglos, puede estropearnos una buena experiencia.
Y es que es importante tener en cuenta que antes no existían las calefacciones y las botellas se guardaban en bodegas subterráneas muy frías. Posiblemente los comedores de aquella época no debían estar a más de 18 grados y esa debe ser la temperatura ambiente a la que se refiere la tantas veces citada frase.
Cuanto más complejo es el vino, a más temperatura debe beberse, pero nunca pasando de los 17-18º C que corresponden a los tintos de reserva y gran reserva. Por lo general, estas son las temperaturas recomendadas:
- Blancos jóvenes. Entre 7 y 10ºC. A menos temperatura se enmascararían los aromas y presentarían un sabor insípido.
- Blancos de crianza. Entre 10 y 12ºC. De esta forma mantienen los aromas propios de la fruta.
- Tintos jóvenes. Entre 12 y 15ºC. Así podremos apreciar su frescura.
- Tintos Crianza. Entre 14 y 17ºC. Este arco asegura la relevancia de los taninos.
- Tintos Reserva. Entre 17 y 18ºC. Si los consumimos a una temperatura mayor, se enmascaran los sabores y aromas del envejecimiento y resaltarían los del alcohol.
La temperatura de servicio del vino condiciona su aroma, su sabor e, incluso, su tacto. Por cierto, para enfriar una botella de vino de manera rápida y eficaz, lo más adecuado es utilizar una cubitera con agua y hielo. Por el contrario no es aconsejable hacerlo a través del congelador, pues el cambo resulta demasiado brusco. ¿Y cómo podemos saber la temperatura a la que está la botella? La respuesta la dejamos para otro post.
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